LA AVENTURA DE LEER
Mirar televisión no exige mayores esfuerzos,
basta con elegir una buena butaca y apretar el control remoto. El resto
queda a cargo de la pantalla, de lo que miremos en la pantalla. Ese
gangster que aparece en mitad de la noche tendrá la crueldad que el
actor que lo interpreta sepa darle. La música se encargará de marcar los
momentos esenciales, ya sea para el romance o para el misterio; el
chirrido de una puerta invariablemente señalará que es el momento de
sentir miedo y los tiros, que vendrán de inmediato, se oirán como si
realmente fuesen de verdad. Nada queda para nuestra imaginación, somos
espectadores y como tal nos comportamos: la pantalla piensa por
nosotros.
Leer, en cambio, exige otra conducta. No basta con mirar. En
la página del libro aparecerá un conglomerado de palabras que sólo
comenzarán a ser a partir de su lectura. Tuvimos que aprender a leer y
eso, recordemos, fue maravilloso. Letra a letra formamos la palabra y un
día descubrimos que podíamos descifrar voces como “madre” o “amigo” o
“amor”. En ese momento dejamos de ser meros espectadores: leer es un
acto de creación constante. Las palabras reunidas en un libro le ponen
música al silencio, dibujan mujeres bellas y paisajes desolados,
muestran galaxias desconocidas y batallas que se disputaron hace miles
de años; o tal vez nunca, pero es como si se hubieran disputado porque
comienzan a ser desde el mismo momento en que las leemos: nosotros las
hacemos posibles, ciertas. No es fácil entrar en un libro, pero si ese
libro vale la pena, una vez que entramos se nos hace difícil salir.
Puedo decir, con orgullo, que navegué las aguas de Malasia a bordo del Mariana,
aquella nave con nombre de mujer que además era el nombre de una mujer
bellísima; la nave la capitaneaba Sandokán, y esa mujer había sido su
único gran amor. También anduve a lo largo de veinte mil leguas
submarinas oculto en algún rincón del Nautilus y llegué, pese a la fragilidad del Hispaniola, hasta la perdida isla del tesoro.
Una mañana, de hace muchos años, conocí el mar. Recuerdo que fue una
experiencia emocionante, pero también recuerdo que no fue una sorpresa.
Los libros, las aventuras de los libros, ya me habían revelado el
secreto de los océanos.
Dicen
que leer es crecer, sin duda. Pero por sobre todas las cosas es un
regocijo. Jamás se me ocurriría imponerle a alguien la lectura de un
cuento o de una novela, y menos aún a un chico. Borges alguna vez dijo
que leyó “La Divina Comedia” como un libro de aventuras. Tal vez ésa sea
la clave: explicarle al joven lector que sólo basta con ir tras los
pasos de Tom Sawyer y de Huckleberry Finn, o embarcarse junto al capitán
Silver hacia la isla del tesoro o entrar con Alicia en el país de las
maravillas, para ingresar a un mundo mágico y fascinante. Mark Twain,
Stevenson y Lewis Carroll se encargarán del resto. Y también, claro,
Salgari, Verne, Conan Doyle, Edgar Rice Burroughs, Tolkien. Por fortuna,
la lista es vastísima. Cualquier tarde ese chico descubrirá que los
libros ya son parte de su vida y con alegría comprenderá que no puede
prescindir de ellos, aunque sólo sea por la inagotable aventura de
leer.
No
puede prescindir de ellos, acabo de escribir y advierto que no es del
todo cierto. El libro, tal como lo he descripto, se encuentra en franca
vía de extinción. Internet y el llamado Libro Electrónico brindan nuevos
e insospechados soportes, no sólo para contener al relato, también para
generarlo. Diferentes tipos de escritura se han puesto en marcha;
pienso en los Blogs y en los textos con imagen y sonido que se proponen
por Internet. Otra vez nos enfrentamos a una pantalla; claro que a
diferencia de la del televisor, ésta te obliga a pensar, porque si bien
puede alimentarse con música y gráficos, esencialmente se apoya en la
escritura, en las palabras que le dan verdadero sentido a un relato.
Aunque
lamentablemente no estaré para confirmarlo, me atrevo a asegurar que a
finales de este siglo XXI tanto los libros, como las bibliotecas que los
contengan, serán objetos históricos que las nuevas generaciones
observarán con la misma curiosidad con que los jóvenes de hoy observan
los discos de pasta. La voz de Enrico Caruso, que habían logrado captar
aquellos antiguos discos, ahora podemos escucharla en los más recientes
DVDs: ha cambiado el continente, no el contenido. Con los E-Books pasa
lo mismo: en sus pulcras y asépticas páginas, Raskolnikov continúa
atormentado por aquella culpa existencial, Bartleby insiste en que
preferiría no hacerlo y Gregor Samsa una vez más se despierta convertido
en un monstruoso bicho. La escritura persiste, más allá del soporte que
la contenga. La aventura de leer se mantiene inalterable.
Tomado de: http://slt.telam.com.ar/noticia/la-aventura-de-leer_n1240 / Vicente Bautista.
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